Serie
Haciendo camino mientras ando
Bora Bora, esto tiene que ser el infierno

"Estos son mis principios, si no le gustan tengo otros"
Groucho Marx































Cuando era niño, sí. Había muchas pailas incandescentes. Satanás, quien para mí era simplemente el Diablo, tenía cachitos y una larga cola que terminaba en una especie de flecha. Obviamente era rojo. Todo era rojo como el infierno. Sin embargo, una vez que la vida me llevó por senderos menos complacientes y me enseñó que la única regla que vale para ser feliz es ser honesto, entendí que el infierno tenía otra cara: Una cara especialmente amable y, además, pleno de tentaciones.

Hoy es miércoles. Hace dos días llegué a Bora Bora y es exactamente como me imagino es el infierno: Repleto de tentaciones.

Esta mañana me desperté y lo único que me provocó fue agarrar el libro que estoy leyendo para continuar descubriendo pesquisas que permitan identificar el asesino de Madeleine. La intriga de ese asesinato estaba muy presente en mi cabeza pues anoche me acosté con algunos síntomas de una innegable gripe por lo que no pude adelantar ni una página de la lectura que seleccioné para este viaje. Fue entonces cuando empecé a sospechar. Había dormido no solo profundamente, sino que además “le di corrido”, como decimos en mi tierra. Me sentí muy relajado. Obviamente, había logrado descansar durante la noche, no recordaba haber soñado ni con nada ni con nadie y además, me percaté que me desperté en la misma posición que tenía cuando el sueño me venció. Había dormido como un angelito, con alas y todo. Esto tiene que ser el infierno.

Ya no conseguí volver a concentrarme en la lectura y decidí hacerle caso al cuerpo que me pedía a gritos que fuera al baño, pero cuando puse los pies en el piso casi pego un brinco. El gigantesco cristal proyectaba cual si fuera una pantalla cinemascope, el ir y venir del agua impresionantemente azul en donde jugueteaban peces de colores brillantes que formaban figuras abstractas como retándome a descubrir qué era lo que querían decir. Me quedé en neutro y ya no me sentía tan seguro de querer ir a ningún lado, por lo que me volví a acostar para continuar leyendo mientras trataba de descifrar los jeroglíficos que aquellos danzarines acuáticos construían para mí. No lograba comprender el mensaje, por lo que inmediatamente recordé que la intriga debe ser una de las armas mejor trabajadas por Satanás para lograr finalmente que uno no quiera dejar su reino. Esto tiene que ser el infierno.

Por la puerta que da acceso al balcón, la cual había quedado abierta durante toda la noche, entraba una brisa fresca acompañada de la luz del día que ya se había instalado en la isla. Eran las siete de la mañana. Las dos sillas de extensión estaban en la misma posición que tenían desde el primer día. Me provocó acercarme para apreciar la laguna a esa hora de la mañana y ver cómo eran los amaneceres en estas lejanas tierras en medio del Pacífico. Me impresionó que el aspecto del agua fuera idéntico a aquél que se percibía a través del cristal que adornaba el piso de la sala de estar del bungalow: Traslúcido. El paisaje era hipnotizador. Me quedé un buen rato observando cómo el agua se descubría ante mí, mostrando todos sus secretos. Una gran extensión de arena blanca a muy poca profundidad invitaba al baño, entonces, recordé nuevamente la gripe. Pensaba que me convendría lanzarme al agua pero me percaté que ya no había malestar y los síntomas del resfrío habían desaparecido. Esto tiene que ser el infierno.

Igual me lancé al agua para darme un baño matutino que me ayudaría a despertarme y salir de aquel sopor que ya intuía no era normal. Es que este sitio no es normal. Heberto apareció con la cámara fotográfica para perpetuar aquella experiencia y caí en cuenta que no estaba solo en el bungalow. Heberto estaba allí y yo no me había percatado de ello, y no es que la cabaña fuera gigantesca. Nada de eso: Una sala de baño con bañera y dos lavamanos totalmente independientes. Una ducha privada y la poceta también en un cuartico cómodo y cerrado. Lo que sí era una maravilla es que había toallas por donde quiera: En la ducha, en la bañera, en los lavamanos, en la poceta, en la entrada, en la salida… por donde quiera que uno se metiera había toallas. Esto tiene que ser el infierno.

Está el balcón que comenté antes, con dos sillas de extensión y una mesa central. Un salón de estar con un sofá y dos butacas y el gran atractivo del bungalow: el piso de cristal, más o menos 2x2 metros cuadrados, desde donde se puede apreciar en primera fila el show de los pececitos haciendo sus morisquetas. Las dos camas, con mosquitero incluido, junto al escritorio que también hace las veces de peinadora en donde se empotra la nevera en la que se guardan las golosinas. Cómo era posible que en este pedacito de espacio, compacto, mínimo y cómodo por demás, no reparara en la presencia de Heberto, quien estaba, desde mucho antes que yo me levantara, tumbado en la silla de extensión (me niego llamarla tumbona) robándose el aire más fresco de la mañana. Esto tiene que ser el infierno.

Me olvidaba de otro espacio cerrado donde estaban guardadas las maletas después de haber desempacado. Por cierto, aunque esto me desvíe un poco de mi objetivo, debo comentar que me va a sobrar ropa. Uno se pone una franela en la mañana para ir a la playa, la suda, la llena de bronceador, también de bloqueador, la vuelves a sudar. Llega el final del día y sigues con ella puesta, recorres con obsesión y de extremo a extremo la playa y luego finalmente te metes con franela y todo a darte el último bañito de la tarde. Llegas a la habitación y cuelgas la franela en el balcón y a la mañana siguiente la condenada huele a “Brisa Marina”. Esto tiene que ser el infierno.

Dejamos la habitación medio apurados pues el desayuno se acaba a las diez de la mañana. Aunque no me quieran creer, hay que salir con suficiente antelación porque de lo contrario llegas tarde. La distancia que tenemos que caminar es casi un kilómetro, desde el bungalow hasta el restaurant. Hay una caminería que se extiende, cual si fuera una telaraña, que permite acceder a las cabañas. Lo único que se puede observar mientras vas caminando es la secuencia de una tablita colocada tras la otra que es lo que le da forma a estas veredas sin fin. Si a uno se le ocurre ver hacia la izquierda lo que ve es agua. Si ves hacia la derecha, agua, y lo más impresionante es que es agua traslúcida, azulita, cristalina con un cierto meneíto, pa’llá y pa’cá, que te invita a hacer el recorrido con un ritmo medio polinéseo, medio caribeño. Así, sin darte cuenta, te mandas aquella caminata con un cierto tumbao de alegría y entusiasmo y hasta contento de haber participado de esta sesión de equilibrio interminable. Esto tiene que ser el infierno.

Una vez que terminé de desayunar, lo único que quería era aprovechar el sol de la mañana para agarrar algo de color. El sol ya se ha instalado por completo y desde muy temprano se muestra con buena intensidad. He aquí el otro detalle que me permite asegurar que estoy donde creo estar, nada más me tumbé en otra silla de extensión, frente a la playa, full de bronceador desde la cabeza hasta los pies, en menos de cinco minutos me doy cuenta que el trabajo ya está hecho. Un bronceado parejo, dorado, de aspecto saludable y de acabado superior me recorre todo el cuerpo. Parecía que recién hubiera salido de una sesión de photoshop. La transpiración y el calor en la piel me invitan a zambullirme en la playa y cuando lo hice entendí perfectamente porqué el agua, esa que es traslúcida, azulísima con un cierto vaivén que hipnotiza es, además, casi-fría, muy fresca, pues de esta manera se contrarresta, en un balance perfecto, el calor de la piel. Es la temperatura precisa para lograr una sensación de relax inmediata. Una vez adquirido ese dorado-Bora-Bora tan deseado, el resto del día lo pasé, debajo de una de las innumerables palmeras que se esparcen a lo largo de la playa, siguiendo las andanzas de Max Mather navegando en un mar de tiburones donde todos y cada uno de los personajes de esta novela son sospechosos de la muerte de la insaciable Madeleine.

El atardecer me hizo interrumpir la lectura para tomar un par de fotos de la puesta de sol que no tiene ningún desperdicio, mientras me empalago con un cóctel, de esos que vienen adornados con trozos de piña, fresas y guindas, esperando que llegue la hora de cenar. Esto tiene que ser el infierno.

Estoy seguro que los indicios de esta ya confirmada intuición seguirán apareciendo por doquier. Así es Satanás, persistente. Estoy seguro que el domingo cuando tenga que dejar este infierno estaré reacio a hacerlo, lo lograré. No me voy a dejar atrapar.

Deséenme suerte!

Edgar
Bora Bora, miércoles 21 de abril de 2010



Copyright © 2011 Edgar A. Quintero S. Todos los derechos reservados.