¿QUIÉN ES?

Emma
Papá, Mamá, Tía Ángela, Antonia, Heberto y yo en los Medanos de Coro
Las Olas de Virginia Woolf: mi libro de cabecera
siempre mirando a El Ávila
- “… Edgar”

Ésta sería una respuesta ideal cuando llamas a alguien, a quien acabas de conocer, y te espeta de entrada, sin mucho rodeo y a través del celular, la pregunta ¿Quién es?

Buena respuesta para comprobar cuál es la primera impresión que pudiste haber causado en esta persona, o simplemente para saber si tiene más de un amigo llamado “Edgar”.

Sin embargo, si tú conoces a esta persona desde hace tiempo, quiero decir: de toda la vida, y cuando le llamas por el celular, te contesta con la misma pregunta ¿Quién es?, algo está pasando.

¿Te están olvidando? Tal vez, estés demasiado concentrado en “otras cosas” y descuidaste a esa amiga o a ese amigo, quien, de seguro, no se lo merecía.

Un pasaje parecido a éste que acabo de relatar me sacó del aburrimiento de una “tranca agónica”, cuando mi amiga Emma me contaba que habiendo llamado a Luisa, ésta le contestó con esa misma pregunta ¿Quién es? Lo curioso es que este pasaje salió a relucir debido a que a esa llamada que me hiciera Emma al celular, yo mismo, casi le contesto de igual manera, solo que aquel “Hola” era demasiado cercano y extremadamente íntimo como para no reconocerlo.

Fue a Emma a quien se le ocurrió esta idea y luego entre los dos, tal como si estuviéramos interpretando, sentados al piano, una pieza a cuatro manos, fuimos dramatizando la escena y agregándole matices cada vez más lógicos, aunque fuera totalmente de foco.

Fuimos poblando de cotidianidad un escenario en donde los actores principales estaban a punto de develar el gran misterio. Nos reímos muchísimo con cada frase que iba surgiendo a fin de complementar la respuesta con la que se satisfaría aquella pregunta.

Imagínense lo siguiente: El escenario casi a oscuras. Los dos actores en el centro, enmarcados por un potente haz de luz. Ella, hace la pregunta: ¿Quién es? … Silencio. Luego, un extraordinario juego de luces va haciendo blanco, primero, en una fotografía en blanco y negro muy antigua donde se destaca al centro y rodeado de su familia, un regordete cachetón vestido solamente con un pantaloncito corto.

Luego, otro foco se enfila directo a la mesa de noche en donde reposa un libro abierto: “Las Olas” de Virginia Woolf. Si bien desde donde uno observa la escena resulta imposible captar el nombre del libro, el movimiento luminoso en el escenario se sigue desarrollando como si cada uno de nosotros supiera de qué libro se trata.

El cuarto haz de luz aparece y se posa sobre una laptop colocada al descuido encima de la cama e inmediatamente la estancia se completa cuando se ilumina la bicicleta estática, alrededor de la cual todo se encuentra muy bien dispuesto, lo que demuestra, dado el ligero desorden que caracteriza el resto de la habitación, que hace mucho tiempo que no ha sido utilizada.

Llega el momento de escuchar la respuesta de él, quien simplemente inicia una perorata explicando porqué había llamado.

Estaba claro quién había llamado. Ya no hacía falta decir su nombre.

La batería de mi celular se murió y me quedé con las ganas de continuar encendiendo luces en aquel escenario que estábamos construyendo. Las posibilidades eran infinitas y muy interesantes. Estuve así varios días, inventando frases adecuadas e hilvanando una historia que me describiera, que me definiera y que permitiera responder acertadamente esa inefable pregunta: ¿Quién es?.

El interlocutor tendría que tener mucho tiempo y paciencia para captar de quién se trata. Cuando un celular es lo que conecta al espectador con este gran escenario que estábamos construyendo, el proyecto se debilita. Ya esto lo había advertido Emma, cuando, sugería que la primera respuesta que se le entregaría al interlocutor sería otra pregunta: ¿Tienes suficiente tiempo?

...

Yo, particularmente, voy cargando por estas calles de Dios, tal como decía mi abuela, con todos estos flashes y escenas que te enriquecen como persona y que además te permiten tener siempre a mano, al menos, una ilusión que te acompañe cada vez que quieres tomarte un café en cualquier esquina de Caracas.

Aquí estoy ahora, tomándome este Cortado en Jarrito, tratando de darle forma al resto de aquel escenario que tanto me entretuvo y que ahora me interesa completar para esta página web que exige que me presente.

No puedo terminar la escena. Era interesante la idea. Muy curiosa y divertida. Pero no va a funcionar.

De repente, caigo en cuenta que la fotografía en blanco y negro se ve diferente cada mañana. El paso del tiempo va difuminando mis más tempranos recuerdos. Le suaviza las aristas y los va coloreando con tonos sepia, integrando, en un mismo plano, el paisaje con los personajes. Le va colocando sonrisas a las caras más severas y les inyecta sabiduría.

Otra cosa que me llama la atención es que cada vez que re-leo ese libro, sus seis personajes me van contando nuevas historias. Pero eso sí: Percival sigue siendo Percival. Ese libro siempre está encima de mi mesa de noche, recordándome de dónde vengo y cómo fue que llegué hasta aquí. Otros libros le han hecho compañía y otras historias se han gestado a partir de su lectura. Ese libro también está vivo!

Por otro lado, si bien hace tiempo que no utilizo la bicicleta que está arrumada en un rincón de mi habitación, continuo haciendo ejercicios con regularidad y, vale decir, con un cierto nivel de obsesión que me permite mantener activa la habilidad de calibrar la intensidad que le voy imprimiendo a mi vida.

Ayer, por ejemplo, estuve levantando, por primera vez, unas mancuernas que pesan unos 5 kilos, cosa que nunca me imaginé que fuera a hacer y que, sin embargo, me hace sentir que “me estoy moviendo”.

El computador ahora está encima de la cama, pero hasta no hace mucho estuvo “clavado” en otra habitación que habilité a manera de oficina, una vez que, sin que me pidieran opinión alguna, tuve que dejar de prestar mis servicio a "La Industria", para luego decidir (esto sí lo hice yo solito) agarrar por los cachos este toro que me ha tocado lidiar desde hace unos pocos años. Un toro que, por cierto, le da por cambiar también de vez en cuando.

Además, sé que todos los días van apareciendo nuevos elementos en este decorado que merecerían un foco especial, aunque sea por un instante. El escenario se va cargando de vida y todo lo que se me va ocurriendo tiene cabida en mi desorden. Nada desaparece, tan solo es el foco que cambia de dirección. A veces se tropieza con cualquiera de estos añorados rincones y sigue de largo, rumbo a uno nuevo que espera por ser iluminado.

Difícilmente podrán saber Quién es, Quién soy… pues cada mañana me renuevo
Copyright © 2011 Edgar A. Quintero S. Todos los derechos reservados.