Serie
BATALLANDO CON LA MEMORIA

Si te he visto...

"Ni está ni se le espera"
Sabino Fernández Campo



Debo confesarles algo: Beatriz está espectacular. De esto es lo único que me recuerdo. Porque, por ejemplo, cuando se agarró el cabello y le puso un gancho para sostenérselo, creo que me volví a derretir, pero no estoy seguro. Siempre me pasó esto con ella. Hace más de 30 años que nos encontramos por primera vez en un aula de la Universidad Central de Venezuela y desde ese día cada vez que ella hace sus gracias con el cabello me hace fantasear con la mujer hecha-y-derecha que su presencia transmite.

Hace un par de días nos volvimos a conseguir en la penumbra de una terraza al norte de Caracas desde donde se hubiera podido disfrutar de la postal que usualmente nos regala El Ávila si no hubiese sido por estos tiempos de lluvia que le aguan la fiesta a cualquiera.

Beatriz llegó a la Terraza con Alejandro unos cuantos minutos antes que yo apareciera y luego de saludarnos efusivamente, como debe hacerse después de tantos años de ausencia, comenzaron a atropellarse todas las preguntas. ¿Cómo estás? ¿Por qué no recibiste la confirmación? ¿Cuándo llegaron a Venezuela? ¿Por qué no nos sentamos en una mesa para conversar cómodamente? ¿Qué estás haciendo? ¿Cómo es eso que tienes un SPA? ¿Dónde queda?

Rápidamente entendí que aquella noche iba a ser larga y de mucho trabajo. Teníamos que reconocernos nuevamente. Había que organizar el pasado para comprometernos con un futuro común y compartido.

Intenté decirle a Alejandro que de aquel muchachito que estudiaba Computación en la Facultad de Ciencias poco quedaba. Imagínense, tan solo tenía 17 años cuando comenzó a bregar con la lógica de los algoritmos. Ahora, se presenta como un señor maduro, padre de familia a quien el orgullo se le desborda por los ojitos de teenager que todavía conserva y que lo delataban cada vez que compartía conmigo alguna travesura de cualquiera de sus dos hijos. Lo que sí es muy cierto es que el Alejandro con quien me tomé unas cuantas copas de vino tinto esa noche no tiene nada que ver con la foto que Beatriz publicó en el grupo de Yahoo. ¿Cuántas copas de vino nos tomamos? ¿Cuántas botellas pedimos?. No me recuerdo. Pero, a duras penas logro visualizar que las botellas se iban acumulando encima de la mesa de igual forma que se acumulaban, en la gavera, las botellas de cerveza cuando nos íbamos de rumba para la playa. Qué de tiempos aquéllos y cuántos recuerdos logramos acumular.

Retomando nuevamente la foto que publicó Beatriz en el grupo Yahoo, creo que fue a raíz de ese comentario que Alejandro me dijo que Beatriz estaba saliendo con otro… o, tal vez, sería él mismo, pero disfrazado de otro. Lo cierto es que, y de esto sí me recuerdo, Alejandro me dijo que le mostrara la foto para confirmar algo. Vaya usted a saber qué! (Aquí la tienes)

Precisamente, en una oportunidad que Alejandro se levantó y fue para el baño, le comenté a Beatriz que estaba realmente muy complacido de haberme re-encontrado con él, pues sus recuerdos iluminaban aulas, pasillos y tardes de exámenes que hasta ese momento todavía tenía rezagados. Era como ir completando el rompecabezas desde otra perspectiva: La de Alejandro.

La noche fue oscureciendo cada vez más el ambiente y el hambre comenzaba a apretar. Compartimos una pizza y unos pinchos de carne. No recuerdo exactamente cuántos pinchos fueron, pero lo que sí me quedó claro es que estaban deliciosos y, también recuerdo, que yo como que me los comí casi todos, porque mientras mascaba y mascaba, ellos me escuchaban los cuentos muy atentamente. Inclusive, el último trocito de carne, ése que llaman el de la decencia y que el mesonero se iba a llevar impunemente, fue pescado en el aire por Beatriz y me lo dio a comer “casi” que directamente en la boca. Uf! Una delicia.

Para ese momento el intercambio de sms con Cuchy ya se había agotado y comenzaba a dar sus frutos.

“Dime cuáles son las posibilidades, ¿si llegamos en un hora todavía estarán allí?... voy con mi esposo”, espetaba Cuchy como un raquetazo decisivo en un match de tenis.

“Claro. Si apenas estamos empezando!” fue la respuesta unánime de los tres.

Antes de decidir contactar a Cuchy, nos habíamos paseado por la imagen de cada uno de todos nosotros: Emma, quien estaba en ese mismo instante montándose en un avión y nos había enviado un sms deseándonos el mejor de todos los disfrutes. Sonia, quien anda por Londres entregándole su hija a la vida para que se la haga una mujer con todas las de la ley. Iván, de quién no pude recordar exactamente cuánto tiempo tiene viviendo en los Estados Unidos. Comencé diciéndole a Beatriz que tenía como tres años viviendo allá y al final concluimos que, como mínimo, eran seis. Manuel, quien anda por España y todavía no entiendo cómo fue que se fue así nada más. “Manuel, es contigo, cuando te vuelvas a ir te prometemos que te vamos a hacer una fiesta de despedida bien de pinga! ¿Vale?” También hablamos de todos ustedes, pero esta reseña es para que sepan la impresión que me dejaron Beatriz y Alejandro. No se pongan celosos.

A propósito de celos, déjenme contarles algo. Beatriz no es nada celosa (bueno, pero quién va a sentir celos con ese porte que esa mujer se gasta!). Les decía que Beatriz no es nada celosa, pues cada vez que recibíamos un mensaje de Cuchy, Alejandro se trepaba por la silla, brincaba de la alegría e, inclusive, llegó a mencionar que su historia con Cuchy fue intensa y constante. Y Beatriz como si nada. Yo que juraba que Cuchí, Sonia y Larissa dedicaron toda su concentración a nosotros… pues no (Creo que el que estaba celoso era yo… me acabo de percatar!).

Tampoco recuerdo muy bien, porqué, a partir de un cierto momento de la noche (supongo que sería después que les comenté que Sonia estaba espectacular, que la madurez y la sapiencia la habían convertido en un mujerón muy apetecible), cada vez que se mencionaba su nombre yo me levantaba de la mesa y me iba a dar una vuelta mientras se aplacaban los ánimos. La verdad, no me recuerdo muy bien qué era lo que pasaba.

Beatriz me contó que su hija se graduó cum-lauden y ese crédito se lo quiso llevar Alejandro. No me recuerdo cuál fue la respuesta que le dio Beatriz pero tuvo que ser contundente, pues lo que hoy sí tengo claro es que ambos irradian felicidad-en-pasta, mucha, para regalar.

No recuerdo tampoco, cómo fue que entré yo a decidir dónde debían ellos celebrar sus próximas vacaciones. Lo cierto es que todavía me queda el sabor astringente en la boca que me produjo el comentario de Alejandro “yo que esperaba que el maracucho me apoyara y me salió el tiro por la culata”. Aunque, para ser honesto, ahora no me queda muy claro si este sabor astringente fue por ese comentario o por el vino tinto que nos tomamos, seleccionado por Alejandro y que estaba espectacular.

Luego de contactar a Cuchy y asegurarnos que estaba por llegar, también contactamos a Edgar Márquez. No sé qué fue lo que le dijo Alejandro pero lo cierto es que lo hizo dudar y a última hora nos llamó para preguntar si todavía era oportuno llegar. Ya les había comentado que aquella noche se perfilaba extensa.

Cuando llegó Cuchy, por supuesto que Alejandro la fue a esperar a la salida del ascensor. Después de todos los comentarios que había hecho, no podía esperar menos. Él mismo nos la trajo hasta la mesa, con marido y todo. Muchos besos, abrazos y saludos. ¿Y después qué pasó? Beatriz se sentó en las piernas de Alejandro.

Yo les digo algo, amigos míos: Hay sentimientos que son básicos y primitivos. Eso de marcar el territorio no es exclusivo de los felinos salvajes. Si ustedes hubieran visto aquello, no les quedaría ninguna duda. Qué lastima que a mí los recuerdos se me van borrando y no puedo darles detalles.

¿Había mucha gente en la terraza? No me recuerdo. Para mí éramos nosotros nada más. Pero el hecho que no pudiéramos conseguir un par de sillas adicionales me dice que yo solo tenía ojos para mis amigos. Pero lo que sí me recuerdo fue “el manejo de la situación” que hizo Cuchy para conseguir la primera silla. Amenazó al mesonero con incluir un comentario específico, refiriéndose a la escasez de sillas, en la guía gastronómica de Miro Popic, añadiendo, además, como si fuera poco, que ella era su amiga íntima. Se pueden imaginar que las sillas aparecieron de inmediato.

A todas estas, las botellas de vino seguían acumulándose hasta que llegó Edgar (Márquez) quien venía de estar celebrando con Whisky y no quiso empañar la pea que ya traía consigo.

No tienen idea de cuánto me arrepiento de no haber llevado la cámara de fotografías pues, sino, ahora me recordaría de todo.

Antes de despedirnos acordamos que nos reuniremos nuevamente el 19 de enero para comer mandocas…ustedes saben dónde! Están todos invitados.

Que tengan todos un Feliz Año, lleno de salud, paz, felicidad y muchos éxitos.

Copyright © 2011 Edgar A. Quintero S. Todos los derechos reservados.