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Hace pocos días, cuando a golpe de las ocho de la noche nos quedamos sin electricidad en todo el Edificio, alguien me contaba mientras subía piso tras piso, dibujando una espiral vagamente iluminada por las luces de emergencia recientemente instaladas, que hace no muchos años, en medio de la oscuridad casi absoluta causada por este tipo de apagones, un par de ojos verdes, preciosos como las esmeraldas, servían de guía a los galanes que moraban en nuestra Residencias. Siempre ocurría después de llover.
Los vecinos, en la más masculina de todas las referencias, esperaban la llegada de las lluvias como se espera una novia que regresa de un viaje no tan lejano, pues se sabía que de inmediato los pasillos de cada piso serían el escenario ideal para el embrujo de aquella llama que incitaba a perderse en la oscuridad. Los que estaban arriba, bajaban. Los que estaban abajo, urgían por ser los primeros en subir y los que no lograban llegar a tiempo exigían luego, todos los detalles de aquel encuentro, totalmente libre de pecado pero repleto de espasmos verdosos de placer.
...o...
Hacía tiempo que la venía pensando, pero esa noche, cuando la luz se fue en todo el sector, no pude evitar ponerle los ojos verdes, como dos luces de emergencia. Tenía ganas de saber qué se siente ser secuestrado por una sirena.
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