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CURIOSEANDO A TRAVÉS DE LA RENDIJA DE UNA VENTANA ENTREABIERTA

Lapsus



“Vengo de la Azotea. ¡Por allí es imposible que se escape!”

Era una sola, pero era la más valiosa. Sin ella, nada tendría coherencia. La elocuencia se vería empañada, primero por la angustia y luego por la impotencia, esto último siempre fue muy importante.

Cuando la noche comenzaba a devorarse la tarde, nos dimos cuenta de su desaparición. La advertencia no sirvió de nada. Lo sabíamos, pero no podíamos evitar que la impotencia detonara dentro de nosotros, como un grito desesperado, como el llanto que brota cuando la voluntad se corrompe y cede.

Los vecinos fueron alertados: “Se acaba de perder una palabra. Debemos recuperarla. Nuestra conciencia se verá afectada y, por si fuera poco, la cordura también.”

Urgía conseguirla. Se levantaron alfombras y muebles. Se escudriñaron gavetas y armarios.

Todos los vecinos abrieron sus puertas para facilitar el acceso. En algún lado estaba escondida. “Gracias a Dios que cerraron el portón a tiempo”, murmuraban las vecinas.

Fueron muchos los intentos que se hicieron para encontrarla, pero ninguno tan simpático como la abuelita que revisaba cuidadosamente la estela de balbuceos que su nieto, de apenas dos años, iba dejando mientras corría sin cesar por el jardín de nuestra Residencias. “Pobrecito, se lo lleva todo a la boca”, ella juraba que podía habérsela tragado.

Cuando de repente, una bebé, con la inteligencia que perpetúa la inocencia, nos preguntó: “¿Cuál es la palabra que se perdió?”. Nadie tenía respuesta. No lo sabíamos. Nos gustara o no, estabamos en BLANCO.

Fue entonces cuando nos preguntó: “¿Me toca a mí?… ¿Será que esta palabra aparece en el diccionario? ¡No me gusta este juego!”

...o...

El señor Gustavo Blanco vive en el 2B ya me había sorprendido su correctitud, pero ese día, cuando lo visité, desplegó toda su capacidad de encantamiento, y les puedo asegurar que fueron tantos los motivos que me dio, que no me fue fácil ordenar mi asombro.

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