Serie
HACIENDO CAMINO MIENTRAS ANDO

Juegos y Juguetes





La noche había entrado por la ventana de su habitación desde hacía unas cuantas horas. Ella descansaba plácidamente en su cama mientras acariciaba con sus blanquísimas manos algunas cartas amarillentas que había rescatado de su pequeño cofre. Cartas de amor y esperanza.

Un rayito de luz, muy débil, le llamó la atención y se encaminó hacia la cocina, desde donde se proyectaba aquel halo que iluminaba parte de la escalera principal de la vieja casa donde su hijo la invitó a compartir su vida.

“Quiero que estés cómoda”.

A veces añoraba su casa natal, en un pequeño pueblo que se perdía entre el cuadriculado de los mapas de Venezuela con los que había estudiado cuando era niña. Bajó las escaleras muy despacio, como quien no tiene prisa en llegar, y alcanzó a escuchar cuando su nieta dijo: “…papi, yo creo que un i-Pod es lo que yo quiero… para mi es lo ideal”.

Su papá le respondió en seguida con voz de preocupación. “Yo no estoy seguro que podamos conseguir un i-pod tan especial como el que tú me acabas de describir, ¿porqué no piensas en otra cosa?”

La navidad ya se acercaba y el aire fresco de la montaña impregnaba con delicadas fragancias cada rincón de la casa. El árbol de navidad ya había sido montado y el pesebre también. Cada año su hijo renovaba el pino que sería el centro de atención de todos los familiares y amigos que los visitaban en esa época tan especial. Sin embargo, el pesebre siempre era el mismo. Ella se encargaba de desempacar cada figura y con la ayuda de su nieta armaban el “pequeño pueblo” donde cada 25 de diciembre nacería el niño Jesús. “Mi pueblo no ha cambiado desde hace muchos años y el pesebre tampoco”

“Papi, la música tiene que ser especial pues si no, no tendría sentido el i-Pod!”

Se sonrió al percatarse de lo testaruda que era su nieta. Se acercó a la poltrona que estaba junto a la ventana que daba al jardín principal de la casa y se sentó. Vinieron a su memoria tantos recuerdos hermosos de su niñez, cerró los ojos y se dejó llevar.

Aquella era una mañana limpia y muy fresca, plena de alegría y sueños. El niño Jesús le había traído la muñeca que con tanto empeño le había pedido “Quiero que tenga los ojos azules y la cara de porcelana. El vestido que sea rosado y además que tenga los zapatos blancos”.

Ésa fue la mañana más feliz de su niñez y así la recordaba. Se preguntó cómo aquella muñeca podía haber dejado una huella tan indeleble en ella y, de repente, comprendió que lo que había hecho su niñez inolvidable era la inocencia de los juegos con los que ella y sus primas se entretenían.

Sí, la muñeca era uno de esos juguetes, pero estaban los otros juegos que habían producido en ella aquellos recuerdos tan lindos: La ere paralizada, las patinatas, el escondite, el ludo, la perinola, la víbora de la mar, la tablita y tantos otros que se agolpaban de repente, a tal punto que, mientras esbozaba una tierna sonrisa, dejó escapar un par de lágrimas jugosas y muy brillantes.

Subió hasta su habitación con una energía impresionante. Quería descansar, pues a la mañana siguiente iniciaría una gira muy especial por todas las jugueterías de la ciudad. Había decidido regalarle a su nieta un juego de esos que ella alguna vez tanto disfrutó en su niñez. “Que el niño Jesús le traiga el i-Pod. Yo le voy a regalar una muñeca de porcelana”.

Se levantó muy alegre y como aun era muy temprano tomó su desayuno con calma, mientras armaba mentalmente el recorrido que haría durante el día.



“Señorita, quiero regalarle a mi nieta una muñeca muy especial. Tiene que tener el cabello rubio y la carita de porcelana. ¿Tendrá alguna por ahí?”

La encargada de la tienda le mostró varias de las muñecas que le habían llegado para esta temporada, pero ninguna de ellas se parecía a la cara rechoncha que ella quería que tuviera la muñeca que le regalaría a su nieta.

Esta escena se repitió muchas veces durante ese día, e incluso en los días subsiguientes. Algunas de la chicas, encargadas de las jugueterías más famosas de la capital, quisieron saber porqué quería hacerle ese regalo tan especial a su nieta.

“Es que yo quiero que ella sea tan feliz como lo fui yo”. Ante los ojos curiosos de las empleadas, ella se apoyó en el mostrador de la juguetería y continuó pensando en voz alta. “Quiero que conozca cómo nos divertíamos nosotras. Me gustaría que ella salte la cuerda y que haga, mientras la salta, todas las figuras que pueden hacerse: con un solo pie, con los dos o, tal vez alternando ambos pies”. Ella continuaba repasando todas las horas felices que atesoró cuando de niña jugaba en el patio trasero de su casa.

El negro de sus ojos se iluminaba al recordar cómo buscaban los lugares más increíbles cuando jugaban al escondite. “Tenía que ser un sitio no muy lejano pero que no estuviera a la vista de forma directa. Tenía que esconderme muy rápido, pues mis primas saltaban algunos números mientras estaban contando. Yo me quedaba muy tranquila y cuando ellas se cansaban de buscarme, entonces, yo tenía que correr muy rápido para llegar a la base antes que todas ellas”

En otra tienda, donde el dueño de la juguetería se interesó en sus anécdotas, ella recordó cómo, para jugar al pio-pio, tenían que doblar las tapas de los refrescos con una puerta. Ella tuvo que explicárselo, pues el joven dueño de la juguetería no lograba visualizar este sistema. “Uno colocaba la tapa del refresco entre la puerta abierta y el marco, luego, al cerrarla, la ficha se contraía formando una especie de Pirulí”, y para terminar de ilustrar éste, que era su juego favorito, agregó “jugábamos con un limón. Lo lanzábamos e íbamos recogiendo las tapas de refresco de una en una, de dos en dos y así sucesivamente”.

Se sentía muy contenta al ver cómo todos los jóvenes con los que había tenido la oportunidad de conversar se interesaban en sus anécdotas y recuerdos.

… Dos noches antes que llegara la navidad, su hijo la consiguió pensativa en la semipenumbra de la biblioteca de su casa. “¿En qué estás pensando?”, le preguntó.

Ella tomó conciencia que ya era hora de ir a su habitación para descansar. Había pasado toda la tarde entristecida pues no había podido conseguir la muñeca que tanto quería regalarle a su nieta.


A duras penas logró entender que así como todo ha evolucionado, la manera como se divierte la juventud de hoy también había cambiado. “Compartiré con mi nieta estas anécdotas y recuerdos que seguramente disfrutará tanto como esos jóvenes que mostraron tanto interés cuando visité las jugueterías”.

Así, llegó la noche de navidad. La casa se fue llenando de vecinos y amigos quienes traían muchos regalos que iban colocando debajo del árbol. El aire fresco de la noche invitaba al intercambio de cálidos abrazos de bienvenida con un genuino deseo de felicidad en esa noche tan especial. La mesa estaba repleta de coloridos manjares y velas que alumbraban tenuemente la estancia donde muy pronto estuvieron cenando mientras celebraban el nacimiento del niño Jesús.

Después de la cena, comenzó la repartición de los regalos. Su nieta quiso ser la primera en entregar el suyo y se dirigió al pie del árbol de donde recogió una pequeña caja envuelta en papel plateado atado con una cinta rosada y se lo entregó pidiéndole que lo abriera. Al retirar el papel fue develándose la forma del aparato que su nieta le había regalado.

“Abuela, quiero que disfrutes de tu música preferida, ésa que solías escuchar cuando eras pequeña. Yo misma me encargué de grabarte un montón de canciones que seleccioné de los discos que papá todavía guarda en el maletero y que tu le colocabas en el tocadiscos cuando vivían allá en el pueblo”

Su nieta le había regalado un i-Pod y la estaba invitando a compartir con ella su música. Se sintió tan emocionada cuando recibió su beso en la mejilla, pues estaba convencida que la tecnología le brindaría muchas oportunidades de compartir con su nieta lo maravillosa que fue su infancia.

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